Demuestran el potencial de algunos
microorganismos para tratar diferentes trastornos mentales. Pero los científicos
advierten que es un área de estudio muy incipiente, donde escasean los ensayos
con humanos. Tomas una píldora para aliviar la ansiedad. Lo que no te
esperas es que su principio activo sea una bacteria que vaya directa a tu
intestino y desde ahí avise al cerebro para calmar tus nervios. Es un
psicobiótico. Uno de los mayores desafíos de la neurociencia actual es
conocer los entresijos del cerebro humano. Estados Unidos y Europa han puesto
en marcha sendos proyectos que darán sus frutos de aquí a una década.
Los resultados alimentarán al mayor ejército desplegado jamás. Desde un lugar totalmente
desapercibido y sin que te des cuenta, estos soldados controlan tu apetito, tu
comportamiento e incluso tu salud mental. Hablamos de la microbiota que
puebla tus tripas.
«Nuestros cuerpos son un complejo ecosistema en el que
las células representan un insignificante 10% de la población. Más allá de los
números, hoy conocemos sus sorprendentes diferencias», explicaba a finales de
2012 Thomas Insel, entonces director del Instituto Nacional de la Salud Mental
de Estados Unidos (NIMH, según sus siglas en inglés). Y este era su pronóstico
para el futuro: «Una de las grandes fronteras de la neurociencia clínica de la
próxima década será averiguar cómo influye la diversidad del mundo microbiano
en el desarrollo del cerebro y en el comportamiento».
La flora o microbiota intestinal está formada por un
numerosísimo conjunto de microorganismos que habitan en el intestino. Su cifra
es similar al número de células del cuerpo humano, es decir, entre
10.000.000.000.000 y 100.000.000.000.000, algo que contrasta con su escasa
masa, de unos 200 gramos en total.
En su mayor parte, la microbiota está compuesta por
bacterias, aunque también por virus, hongos y protozoos, y su relación con
nosotros es de beneficio mutuo: les damos alojamiento y alimento y estos seres
microscópicos realizan un sinfín de tareas beneficiosas para nuestra salud.
«El concepto del eje intestino-cerebro data de los siglos
XIX y XX, con observaciones de Darwin, Beaumont y Cannon», explica a la Agencia
de Noticias Científicas SINC, Guillermo Álvarez Calatayud, presidente de
la Sociedad Española de Probióticos y Prebióticos (SEPyP). «Con el reciente
conocimiento de la importancia que posee la microbiota en la promoción de la
salud, el eje se amplía a microbiota-intestino-cerebro», añade.
Las mariposas que sientes en el estómago cuando te
enamoras y (algo menos romántico) esos inoportunos retortijones antes de un
examen son dos ejemplos de la conexión que existe entre el sistema
gastrointestinal y la mente.
«Que el cerebro conecte con el intestino a través de
corticoides –un tipo de hormonas– no es nuevo, pero que la conexión sea a la
inversa, desde el intestino y su microbiota hasta el cerebro, es algo mucho
menos conocido y un campo de estudio muy amplio que recorrer», mantiene Carmen
Peláez, jefa del grupo Biología Funcional de Bacterias Lácticas del
Instituto de Investigación en Ciencias de la Alimentación CIAL-CSIC (Madrid).
Algo más que probióticos y prebióticos
Ningún ejército es indestructible, ni siquiera el
bacteriano. Diversos trabajos han demostrado que, cuando las bacterias
intestinales están en horas bajas –por ejemplo, debido a una infección– pueden
recuperarse con el apoyo de elementos que ingerimos: los probióticos y los
prebióticos.
«Los probióticos son microorganismos vivos que consumidos
en cantidades adecuadas producen un beneficio en el consumidor», señala a SINC,
Francisco Guarner, investigador jefe del área de Microbiota Intestinal y
Probióticos del Hospital Vall d’Hebron (Barcelona).
Los probióticos suelen ser bacterias de los géneros Lactobacillus y Bifidobacterium y
pueden tomarse en cápsulas o sobres (de venta en farmacias) o ir incluidos en
determinados alimentos que se encuentran en los supermercados.
En cambio, los prebióticos son alimentos que no nos
nutren directamente a nosotros, sino a las bacterias y otros microorganismos
que viven en nuestros intestinos y nos provocan un efecto positivo. Un ejemplo
de prebióticos son algunos tipos de fibra.
En 2013 Ted Dinan, catedrático de Psiquiatría de la
Universidad de Cork (Irlanda), introdujo un nuevo concepto; los psicobióticos.
«Son bacterias que cuando se ingieren en cantidades adecuadas mejoran la salud
mental», explica a SINC, el padre del término.
El principal problema de esta nueva expresión es que se
apoya, sobre todo, en estudios realizados in vitro y en animales, por lo que los científicos
muestran cautela a la hora de valorar cualquier resultado que pueda parecer
prometedor.
«Los datos que se poseen hasta el momento sobre
psicobióticos se basan en estudios preclínicos con ratones y aún se desconoce
mucho sobre los mecanismos de acción», matiza Peláez. En su opinión, es
necesario profundizar en estos estudios y asegurarse de la eficacia y seguridad
de uso antes de realizar ensayos clínicos con fines terapéuticos.
Poca investigación en humanos
La comunidad científica reconoce el término de
psicobiótico, pero lo limita a aquel probiótico con posibles efectos positivos
en personas con patologías psiquiátricas. La depresión, la ansiedad y el
síndrome del espectro autista son las tres enfermedades que, a priori, se podrían
beneficiar más de los avances en este nuevo campo de estudio.
«Se ha demostrado que algunas bacterias intestinales de
los géneros Lactobacillus y Bifidobacterium segregan
o modulan sustancias neurotransmisoras como GABA, acetilcolina o serotonina,
implicadas en la regulación de muchos procesos fisiológicos y neurológicos cuya
disfunción se relaciona con ansiedad o depresión», afirma Peláez.
En una reciente revisión de artículos sobre el potencial
de los psicobióticos en la salud mental, los investigadores analizaron diez
estudios, los únicos que cumplían los siguientes requisitos: que se realizaron
en humanos, con sistema de doble ciego, asignación aleatoria y donde se
comparaban los efectos de psicobióticos y placebos en síntomas de trastornos
psiquiátricos.
Según cuenta a Sinc una de sus autoras, Amy Romijn, la
conclusión no fue muy esperanzadora. «En nuestra revisión sistemática no hemos
encontrado pruebas concluyentes de probióticos que tengan una serie de efectos
psicológicos. Los estudios que existían hasta que publicamos nuestro trabajo
–en septiembre de 2015– resultaron ser de una calidad variable, por lo que
hacen falta nuevas investigaciones», recalca Romijn, que es investigadora de la
Universidad de Gales del Sur (Reino Unido).
Uno de los estudios que no entró en esta revisión, porque
se publicó hace pocos meses, ha analizado el impacto de ciertos probióticos en
personas con depresión. Los científicos proporcionaron placebo y bacterias a
dos grupos de veinte pacientes durante ocho semanas, de forma que cada grupo
ingirió una de las dos sustancias. Quienes consumieron las bacterias obtuvieron
mejores puntuaciones en un cuestionario que mide el grado de la depresión (el
Inventario de Depresión de Beck).
«Los resultados demuestran efectos beneficiosos
significativos relacionados con la mejoría metabólica en cuanto al
mantenimiento de los niveles de glucosa. Sin embargo, los probióticos que usan
no están bien caracterizados: indican la especie (Lactobacillus acidophilus, Lactobacillus casei y Bifidobacterium bifidum)
pero no la cepa, por lo que no sabemos si hay estudios previos que hayan
explorado su capacidad como psicobióticos», sostiene Guarner tras analizar este
trabajo.
También arrojó resultados prometedores una reciente
investigación realizada con la bacteria Bifidobacterium longum 1714.
Durante cuatro semanas, 22 varones tomaron placebo. A continuación, ingirieron
el probiótico durante otras cuatro semanas. Los científicos fueron analizando
sus respuestas al estrés, así como su actividad cerebral y cognitiva, con
diferentes cuestionarios y electroencefalografías.
El consumo de la bacteria se asoció con una disminución
del estrés y una mejora de la memoria. «Los resultados son positivos porque
indican que el probiótico tiene efecto en algunos parámetros», coindice
Guarner. «El Bifidobacterium longum 1714 se ha empleado en muchos estudios
previos con modelos animales», añade.
El misterioso camino de las tripas a las
emociones
La gran pregunta es cómo llegan los psicobióticos a tener
efectos sobre la psique. Una posibilidad que barajan los científicos es que los
microorganismos actúen directamente sobre el sistema nervioso entérico
–encargado de controlar el aparato digestivo– que, a su vez, se comunica con el
cerebro. Otra opción es que regulen el sistema inmunitario intestinal, el cual
modula el sistema nervioso central.
«La tercera vía se basa en la producción de metabolitos
que se distribuyen en el cerebro y son beneficiosos», declara a Sinc Paul
Enck, miembro del Comité Directivo de la Sociedad Europea de
Neurogastroenterología y Motilidad (ESNM, por sus siglas en inglés). En opinión
del investigador, para llegar al cerebro los microorganismos podrían utilizar
solo uno de estos tres caminos o varios a la vez. «Quizá haya más vías que se
descubrirán en el futuro», opina.
Antes de llegar a ese punto, un equipo de científicos
–entre los que se encuentra Dinan, el padre del concepto– ha planteado una
pequeña revolución para concienciar sobre el papel de estas bacterias en la
mente. Su propuesta es ampliar la definición de psicobiótico a todo aquello
que, a través de cambios en la microbiota intestinal, consiga efectos
psicológicos, sin tener que ser necesariamente un microorganismo vivo.
Esto significaría incluir a los prebióticos, pero también
al ejercicio físico y la dieta, «que afectan a las comunidades bacterianas en
el intestino e influyen en estado de ánimo y en la cognición»,
considera Philip Burnet, autor principal del trabajo en el que se basa la
propuesta e investigador del departamento de Psiquiatría de la Universidad de
Oxford (Reino Unido).
Tras revisar más de un centenar de trabajos sobre
psicobióticos (la mayoría realizados en animales), los investigadores
admiten que las limitaciones de los estudios son numerosas, «lo que obliga a
frenar el entusiasmo y a incentivar nuevas investigaciones». Se desconoce, por
el momento, si el consumo de estas bacterias puede tener efectos secundarios o
si afectan por igual a hombres y mujeres.
En cuanto a la edad, parece que tanto los menores como
los ancianos son las personas a las que más influirían este tipo de sustancias.
«El período prenatal, posnatal y toda la infancia son críticos en el desarrollo
del sistema nervioso, cerebral e inmunitario, que se ven muy afectados por la
microbiota intestinal», indica Peláez. En el caso de los mayores, al volverse
más sensibles a los cambios fisiológicos necesitan mantener una buena salud
intestinal.
El reto de llegar al mercado
A la espera de obtener resultados más robustos, los psicobióticos
se muestran como una futura promesa para personas que sufren trastornos
psiquiátricos, sobre todo, para quienes no han conseguido adaptarse a la
medicación propuesta por su especialista. No obstante, en ningún caso pretenden
sustituir al psicotrópico.
«Existen bastantes pacientes que no responden a la
medicación convencional y aquí podrían entrar en juego los psicobióticos. Estos
suplementos se deberán utilizar para mejorar la respuesta del cerebro a los
medicamentos actuales», subraya Burnet.
Aunque, de momento, ningún producto de la farmacia lleva
la etiqueta de psicobiótico, si llegara a avanzar la investigación y se
aprobara su comercialización, tendrían que moverse en un terreno pantanoso,
donde no se aplica una regulación tan tajante como la que debe cumplir el resto
de los medicamentos.
«El consumidor está completamente indefenso. Las pautas
sobre los probióticos están ya dadas por la FAO y la OMS, pero en Europa no se
han querido seguir», denuncia Guarner. Los suplementos nutricionales que se
venden en el viejo continente, entre los que se incluyen los probióticos, «no
necesitan tener ninguna eficacia demostrada, solo debe aparecer su
composición», añade.
Esto va en contra de la legislación comunitaria actual,
que no autoriza a vender nuevos productos alimenticios con probióticos añadidos
que afirmen ser beneficiosos para la salud si no lo respalda la evidencia
científica.
Sin embargo, estas sustancias se venden en las farmacias
como suplementos y no como alimentos, por lo que no se les aplica el reglamento
europeo, que va dirigido a productos alimenticios con bacterias incorporadas.
«Existe un vacío legal importante en los productos que se venden como
suplementos y empieza a haber abusos», alerta Peláez.
A modo de prueba, Guarner y un estudiante del hospital
Vall d’Hebron compraron doce productos etiquetados como probióticos en una
farmacia y los estudiaron en el laboratorio. Al menos dos de ellos resultaron
ser un fraude puesto que al cultivarlos no crecía ningún microorganismo, según
el científico.
«En el mercado español (farmacias, parafarmacias o
venta online)
existe una amplia gama de productos que contienen probióticos, prebióticos o
simbióticos (mezcla de ambos), solos o en combinación con otros componentes,
pero no todos son eficaces», advierte el presidente de la SEPyP.
Sin una legislación clara que los respalde, el futuro de
esta promesa que hoy por hoy son los psicobióticos podría verse empañado. Los
científicos trabajan para demostrar su eficacia pero les faltan armas legales
que protejan al consumidor cuando estas sustancias lleguen al mercado.
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